viernes, 15 de diciembre de 2006

Amando el Trabajo o Reflexiones en torno a la profesión docente


Durante estos días miles de estudiantes esperan, muy ansiosos la mayoría, la entrega de los resultados de las postulaciones luego de la entrega de los resultados de la Prueba de Aptitud Académica. En este proceso participan muchos por primera vez, pero también otros por segunda vez de los cuales gran parte se ha tomado un año, y en estos últimos casos es muy importante e imperioso quedar matriculado en alguna universidad, especialmente por que no pueden perder otro año y porque también en el anterior proceso un gran porcentaje de los alumnos la causa de no matricularse fue debido a que no quedaron seleccionados para la carrera que querían; así es que resultados en mano nuevamente vuelven a postular. Lo dramático de la situación es cuando por segunda vez no se puede quedar en la carrera soñada; junto con la evidente decepción, más o menos aguda, viene la consiguiente re- elección. Es así como se eligen carreras similares y que pueden satisfacer algunas expectativas y en el mejor de los casos satisfacer todas las inquietudes.
Lo que es positivo ya que ayuda a descongestionar la demanda por las carreras “top”, fenómeno que puede provenir de una excesiva idealización debido a la alta demanda. El punto crítico del asunto se manifiesta en que durante este proceso no todas las decisiones son tan sanas o bien dirigidas y es claro que en ese sentido las pedagogías, entre varias carreras, cuentan con el estigma de ser las “carreras reciclaje” de aquellos que no han obtenido el puntaje necesario. Presentando las pedagogías un importante conflicto social ya que querámoslo o no el profesor es un importante agente en la formación de los niños y jóvenes, aún estando en la universidad.
Un Conflicto Histórico
El drama del desempeño docente se remonta a muchos siglos. Ya desde los tiempos de los romanos se viene haciendo la mala fama.
Durante el auge del Imperio Romano la educación tenía el mérito de ser pública, sin embargo distaba de ser ideal ya que los recintos de enseñanza si es que contaban con el mobiliario no era el óptimo. Por otra parte la intención de los padres al mandar a sus hijos a la escuela no era la de precisamente aprender, sino la de que alguien se hiciese cargo de la formación de sus vástagos, labor en la que no estaban interesados, pues había mucho que hacer en la Roma Imperial, o en otras palabras habían muchas entretenciones. Y la situación con quienes impartían la enseñanza no era la más alentadora ya que, los pedagogos eran generalmente esclavos designados para esa función y que generalmente no contaban con mayor preparación y un buen trato así es que obtenían su venganza de los malos tratos de sus amos haciendo lo mismo con los hijos de éstos.
Y para qué hablar de los métodos de enseñanza, la educación era un proceso torpe y engorroso. A los niños en el transcurso de varios años se les trataba de enseñar a leer, contar, algunos conceptos básicos de matemáticas y un poco de armas. Ni hablar de filosofía u oratoria que eran artes extranjerizantes que hacían perder la identidad romana, fuente de gran orgullo para los romanos. Volviendo al tema de los métodos estos dejaban mucho que desear, por ejemplo para enseñar a leer a los niños primero les enseñaban los sonidos y luego las letras al revés de como convencionalmente hoy se hace y que facilita el proceso de aprendizaje. En medio de este mundo para aquellos que contaban con medios estaban los grammaticos, que serían como los profesores secundarios o universitarios de hoy y quienes estaban encargados de completar la enseñanza de sus pupilos, proceso que no siempre era satisfactorio ya que los grammaticos no tenían ninguna disposición a que sus alumnos llegasen a estar a su nivel o los aventajasen.
Y es así como a través del tiempo funcionó el sistema de educación en el Imperio Romano, sin embargo este cayó, pero lo que perduró fue su cultura, la cual tiene la gloriosa herencia de sus leyes e instituciones, pero también no es sólo el elemento romano el que perduró, lo es la cultura grecolatina, es decir, contiene también el elemento griego de las artes y la filosofía. Se ha dicho que Roma se dedicó a la guerra en cambio, Grecia al arte. Y la fusión de ambas culturas fue lo que trascendió. Y así la línea del tiempo sigue avanzando y llegamos a la Edad Media en donde la preocupación no está en cultivar el alma, sino la tierra y sobrevivir y protegerse de los ataques de los enemigos a las aldeas; quedando el conocimiento en manos de unos pocos que sintieron como suya la labor de preservarlo y cultivarlo.
Luego llegamos a la Edad Moderna en el proceso del desarrollo de nuevas técnicas es incipiente, se descubren nuevos mundos, formas de comercio lo cual abre una nueva perspectiva al conocimiento, lo que, sin embargo, no suscita un interés por enseñarlo a todos, sino sólo a quienes tienen acceso a él y para perpetuar el dominio de la técnica en manos de quienes lo han tenido por largo tiempo. Avanzamos a la era de la Ilustración cuna de grandes revoluciones especialmente intelectuales que marcan precedentes en la Historia del hombre siendo el más notorio de ellos la Revolución Francesa, la cual bajo el lema de “Igualdad, fraternidad y libertad”, acercó mediante la organización del Estado estos derechos a los más postergados en varios sentidos (económico, social y cultural), especialmente en el de la educación, la cual junto con otras revoluciones fue unos de los principales motores de los cambios sociales (la alfabetización del pueblo).
Vinieron nuevamente las guerras y la educación se concentró nuevamente en unos pocos que la cultivaban y retroalimentaban mediante las nuevas generaciones de intelectuales, pero la semilla estaba sembrada y durante las guerras mundiales (especialmente la segunda) la educación mostró ser un buen instrumento para sostener ideologías y formar gente que estuviera dispuesta a luchar por lo que se le inculcó.
Llegamos a los tiempos de paz y en el desarrollo de los países se incorporó también el tema de la educación, se comenzó a investigar el proceso de aprendizaje, pues hasta ese momento el lema era: “la letra con sangre entra”, concepto evidentemente derivado de la marcialidad y disciplina exageradas. Y vino el auge de la psicología haciéndose importantes descubrimientos acerca del funcionamiento de nuestra mente, construyéndose modelos y teorías de la psicología del aprendizaje y por supuesto llevándolas a cabo, por ello fue necesario profesionalizar la tarea del docente. Ya no bastaba con las escuelas normales, sino que se abrieron carreras a nivel universitario para poner el desarrollo de la educación al nivel del desarrollo de otras disciplinas. Agregando así un nuevo matiz al espectro de posibilidades para los futuros profesionales.
El dilema actual
Junto con el gran avance que significó la profesionalización de la educación a través de los años se presentó otra arista. En nuestra particular realidad chilena la situación respecto a la elección profesional es bastante disímil. Somos un país que está creciendo y por cierto necesita hacerlo en términos concretos, se requieren técnicos, industriales, ingenieros y una amplia gama de profesionales que impulsen al país. Pero hay que tener precaución en ese sentido pues se comienzo a producir y expandir la ansiedad por las carreras que ostentan el status de ser las más requeridas o con mayor éxito o por último con mayor convocatoria.
Aquí es donde volvemos al punto de inicio de esta reflexión. Las pedagogías han ido absorbiendo el excedente de los alumnos con bajas ponderaciones, lo que no es escollo solamente de las pedagogías, pero estas son las que me producen mayor inquietud. Es preocupante observar como ingresan alumnos que tienen mínimo interés por mejorar el actual sistema de educación, lo que no implica descuidar el interés por la disciplina que se está estudiando, implica el hecho de estar conscientes de que en nuestras manos estará parte de la formación de muchas vidas. ¿Cuántos no hemos escuchado decir que alguien eligió una pedagogía porque no le alcanzó el puntaje para otra cosa? Ya sea una realidad o un estigma, está en circulación junto con otros prejuicios que, muchas veces tienen alguna base real.
A veces me gustaría que todos aquellos o por lo menos la mayoría de quienes ingresan a alguna pedagogía por un motivo equivocado fueran honestos consigo mismos y reconsideraran y reevaluaran seriamente su decisión, por lo demás contamos con un gran número de razones por la cual no quedarse: se trabaja mucho y no se gana tanto, es uno de los trabajos más estresantes, cada día hay que lidiar con muchas personas, hay una baja estimación profesional por parte de gran parte de la sociedad, etc. y la lista negativista suma y sigue. Otras veces quisiera ahorrarme tanta explicación y pensar que mejor se vayan todos a otro lado; ¿administración pública?, ¿empresas?, ¿computación?, ¿industrias?, pero después de todo aún eso sería injusto, pues allí también se debe tratar con gente, obviamente en menor cantidad de la que un profesor debe hacerlo con sus alumnos.
Otro punto neurálgico radica en que lo que sea que hagamos, lo hagamos bien. Con dedicación... con amor. El profesor, ingeniero, psicólogo, periodista, músico, antropólogo, bioquímico molecular o el maestro, campesino, madre, dueña de casa, etc. lo que haga sea motivado por ello. Alguien una vez escribió: “Si no tengo amor, nada soy”. Al adoptar esta nueva visión transformándola en actitud sin duda las cosas pueden cambiar. Si cada uno valorase la tremenda oportunidad que cada día tiene de proyectarse y servir al desempeñar alguna labor, el rumbo de las cosas cambiaría.
Nuestro trabajo o profesión por muy tedioso que sea no tiene por qué representar una maldición, al contrario puede decirse que el trabajo (en sanas cuotas) es necesario, lo ejemplificaré de la siguiente forma: durante las últimas semanas he estado disfrutando de unas anheladísimas vacaciones, después de un pesado año académico y honestamente me he dedicado a hacer casi nada..., pero sinceramente después de varios días la incomodidad y el estancamiento me invaden. Evidentemente después de agotadores períodos de trabajo el no hacer nada suena tentador, y en su justa medida es necesario, pero no como una constante. Por ello el realizar alguna labor es de suma importancia como una oportunidad de crecer y hacer crecer a otros, pero sobre todo el que más crece al estar consciente de ello es uno mismo. Cada día en nuestras labores podemos aprender algo nuevo por muy insignificante que sea y con ello cambiar todo nuestro ambiente de trabajo aportando nuestro pequeño granito de empatía hacia los demás y la propia labor.

X. Prado D.
Enero de 2001

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